¿Por qué conservar la diversidad de la vida?, por el Dr. Iván Díaz

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Cuando uno es chico, los primeros contactos que tenemos con otros organismos vivos van desde comentarios como: ¡Cuidado con el ratón!, ¡Cuidado con el bicho que pica!, ¡¡Aaaaaaaaahhhhgggg ……. llévate tu mounstruo!!! (un lagarto), hasta las historias de Jacques Cousteau y el Discovery Channel, pasando por el Condorito o el Pato Lucas. Cuando uno es más grande, y empieza a interesarse en el cuidado del medio ambiente, las reacciones y las preguntas de la gente siguen, con comentarios desde: “¿Y pa’ qué sirve…?” hasta “Aquí lo importante es el progreso… ¿Qué importa una lagartija así (de 5 cm)?” Incluso uno escucha frases desde “No importan, los animales no piensan, no sufren, no tienen alma” (aunque desde el punto de vista cristiano, todas las formas de vida son la Obra de Dios), hasta comentarios fuertemente ideologizados como “Todos esos conservacionistas son puros comunistas” (¿?). Sin embargo, mucha gente tiene aprecio por el mundo natural, desde la gente más sencilla que gusta del canto del zorzal por la mañana, hasta Neruda en sus poemas al bosque chileno.

Con todas estas visiones, la duda básica al hablar de conservación de la naturaleza es simplemente ¿Por qué conservar? Esta es una pregunta compleja, pero las razones para valorar y conservar el mundo natural pueden agruparse en tres: económica, estética y ética. Parte del problema de conservación es nuestra mentalidad de hombre separado del medio natural, y la poca comprensión de cómo funciona el ambiente.

El valor del mundo natural

Los organismos y el ambiente no son una colección de bichos en un zoológico al aire libre, sino que se relacionan entre ellos y con el medio físico a lo largo del tiempo, transformándose, reemplazándose y transformando su entorno. Ellos hacen funcionar el planeta. El resultado de estas interacciones son servicios no tangibles como por ejemplo el aire que respiramos, el agua, la regulación del clima local, la formación de suelo, el procesamiento y reciclaje de nutrientes, y valores económicos directos, como todos nuestros alimentos y muchos materiales. Las vacas, los plátanos, el trigo y el maíz fueron animales y plantas silvestres domesticados generaciones atrás, la merluza y los mariscos son fauna silvestre, y las medicinas, cosméticos y muchos insumos provienen de un mundo natural aún poco explorado. Los suelos agrícolas fueron originados por los bosques que existieron previamente, y la mayor fuente de energía actual, el petróleo y el carbón son los restos fósiles de plantas y animales que vivieron en los bosques, pantanos y fondos oceánicos hace millones de años. De este modo, nuestras actuales economías son mantenidas por los bienes y servicios producidos por el entorno natural actual y pasado. Este entorno es una herencia de 3500 millones de años de desarrollo de formas de vida previas al ser humano, herencia aún poco conocida, y como cualquier herencia, puede ser malgastada.

El mundo natural tiene además muchos valores estéticos, pues a todos nos gusta la belleza. Todos queremos vivir en un lugar bonito, viajar y ver cosas bellas, muchos nos impresionamos con el vuelo de un cóndor o con la flor del copihue, y no pocos han hecho negocio con ello. Finalmente, existen los valores éticos. Como humanos solemos valorar el fenómeno llamado vida. Hasta donde sabemos, de los miles de millones de planetas existentes en el universo, en nuestro es el único donde existe la vida, y la extinción de las formas de vida presentes en este planeta es algo totalmente irreversible, no tiene ninguna solución. No somos capaces de fabricar formas de vida, ni siquiera de fabricar una lagartija de 5 cm. Las responsabilidades éticas involucran a gran parte de la sociedad, como la iglesia católica, que según el mensaje papal debe preocuparse de la conservación de la Creación, y el mundo político, que debería reconocer los diversos valores y servicios del mundo natural.

Humano separado del medio natural

Los problemas de conservación son aumentados por la visión del ser humano separado de la naturaleza. Actualmente, la mayoría de las personas vivimos concentradas en ciudades de cemento, donde se nace en el hospital, la comida sale del supermercado, el agua sale de la llave, uno se sienta en la taza del baño y simplemente tira la cadena, y la basura se la lleva el camión. Todo esto potencia una percepción de un mundo natural afuera, lejos, donde los organismos son una simple colección de cositas a veces lindas, a veces malas. Pero nosotros también somos organismos que vivimos en el mismo ambiente, haciendo básicamente lo mismo, respirar, comer y reproducirse. Una de las evidencias de nuestra condición animal son los impulsos sexuales, que en algunas personas parecen estar exacerbados y lamentablemente fuera de control. Esto queda muy claro al ver los rostros casi de angustia, expresiones, gritos y bocinazos de algunos hombres cuando una mujer atractiva cruza la calle. Sin embargo, tenemos importantes diferencias con otras especies, como son el uso del lenguaje y la capacidad de pensar a futuro, es decir, la capacidad de preveer los efectos de nuestro accionar.

La poca valoración de los ecosistemas naturales también se aprecia en muchos análisis económicos, los cuales no incluyen al ambiente como proveedor de bienes y servicios. Estos análisis suponen que los costos y beneficios del intercambio económico afectarían sólo a los participantes de la transacción, pero desconocen los costos externos que afectan al ambiente, y que los pagan los que no están directamente involucrados en la transacción. Por ejemplo, los costos externos derivados de la contaminación y sedimentación de los ríos son asumidos por una mayoría de personas no participantes en las transacciones, además de otros organismos no humanos. Esto produce concentración de los beneficios en un grupo de personas, y un empobrecimiento de todos quienes asumen estos costos externos.

El uso de la herencia natural

Mucho de lo que hoy vemos alrededor de las ciudades son paisajes sobreexplotados. Las “frescas y dulces” aguas que bebió Marie Graham (año 1822) en la Laguna de Aculeo actualmente parecen tener pintura verde, debido al uso de fertilizantes en los alrededores. El “campo de flores bordado … copia feliz del Edén” que vio Eusebio Lillo no se refería a rosas y claveles, sino que a las flores silvestres que crecían en los campos de la zona central. El gran Alerzal que había entre Puerto Montt y Puerto Varas ni siquiera es un recuerdo, y lo único que queda de los bosques de Chañares es el nombre de la ciudad de Chañaral. Hasta los locos han sido sobreexplotados, y como resultado el Chupe de Loco pasó de ser un plato popular a ser una exclusividad culinaria.

Sin embargo, la gente busca alternativas para recuperar la productividad perdida. Los fertilizantes han aumentado las cosechas, pero están contaminando los lagos y mares. El petróleo es la base energética que mueve la producción, pero su uso está produciendo el efecto invernadero, al devolver a la atmósfera todo el carbono que los organismos del pasado removieron y almacenaron bajo la tierra durante millones de años.

Pero aún nos queda herencia. Mucho de lo que va quedando es la diversidad de organismos (o biodiversidad). Esta biodiversidad es la maquinaria que hace el trabajo, que hace que este planeta funcione, son las piezas que ciclan y reciclan, que crean suelo, aire, agua. Sin embargo, nosotros conocemos muy poco de esta diversidad; cada año se descubren nuevos organismos, y nuevos productos a partir de otros organismos.

Desafortunadamente, esta maquinaria está siendo amenazada no sólo por la cacería o por la contaminación, sino por la gran transformación de muchas extensiones silvestres en campos agrícolas, industriales y en ciudades, lo cual no deja espacio para que otros organismos vivan. Varios estudios científicos calculan que en los próximos 50 a 100 años se extinguirá hasta el 50% de todas las especies vivientes, o sea la mitad o más de todo lo que actualmente vemos. De hecho, muchos estudios indican que conocemos menos de un 10% de todas las especies presentes en el planeta, por lo que estaríamos extinguiendo lo que ni siquiera conocemos. Perder la diversidad de la vida es como perder las piezas de la máquina. Quizás si se pierden unos pernos la máquina pueda seguir funcionando, pero si se pierden muchos pernos o una turbina la cosa cambia. Sin embargo, poco sabemos acerca de cuáles son los pernos y cuáles son la turbina.

Dado que no podemos fabricar lagartijas, ni siquiera moscas (pero si podemos fabricar armas biológicas letales), lo que se puede hacer es mantener la diversidad de la vida, conservando más áreas biológicamente ricas, y compatibilizando la conservación con el proceso productivo. Una alternativa es entender como funcionan los ambientes naturales, para usarlos y además dejarlos hacer el trabajo que ellos hacen. Los organismos pueden ser usados, por ejemplo, para la recuperación de terrenos degradados plantando especies que controlen la erosión, fertilicen los suelos, alberguen a la fauna y que faciliten la llegada de mas especies de plantas y animales; creando de paso suelo y conservando su humedad. Los ecosistemas a lo largo de la historia del planeta han purificado aguas, procesado basuras, han ciclado nutrientes, controlado la erosión y conservado los cursos de agua, cuando se los deja hacer su trabajo.

Sin embargo, existen dos visiones que juegan en contra de la conservación. Una es la visión de los organismos como bichos que pican, pestes o malezas que no sirven pa’ na’. Otra es la visión parcelada, considerando que los organismos son una colección de bichos que no se relacionan ni entre ellos ni con nosotros. Para ejemplificar esta última visión, imagine que tiene una foto de un grupo de personas. Usted puede pensar que es una foto de una familia, pero … ¿cómo saberlo? ¿Cómo saber si era sólo un grupo de personas que coincidió en un momento? Y si es una familia, ¿cómo sabe si el padre trabaja, o la madre trabaja, ambos o ninguno? ¿Cómo saber si es el hijo quien ayuda a la abuelita a cruzar la calle, o es él quien apedrea las ventanas? Y si no sabemos cómo funciona esta familia, entonces ¿cómo podríamos relacionarnos con ella? Muchas veces, ver el mundo natural es como ver una foto, ver una colección de bichos sin entender el contexto completo. Por ejemplo, al ver la ciudad de Santiago y sus alrededores, uno no se imagina que ahí existió un bosque que fue cortado hace años, y que los aluviones ocasionales pueden ser parte de los costos externos que nosotros aún estamos pagando por la deforestación de las laderas precordilleranas.

Pero existen otras visiones y formas de ver el mundo natural. Los indígenas por ejemplo, en vez de decir: esto no sirve pa’ na’ decían ¿para que será bueno esto?. Ellos, que son nuestros antepasados, descubrieron las propiedades medicinales de muchas hierbas después de una constante búsqueda de la utilidad de esas plantas. Hoy día las compañías farmacéuticas usan lo que queda de ese conocimiento ancestral, buscando los compuestos químicos en las plantas para desarrollar medicinas, patentarlas y venderlas.

Aún existe la posibilidad de cambiar la mentalidad de esto no sirve pa’ na’! a conocer lo que hay, ver como funciona, conservarlo y usar lo que hay en forma diferente. El calentamiento global, la contaminación, el reciclaje, la biodiversidad son conceptos de moda que se escuchan en los medios de comunicación y en el discurso político, evidenciando un cambio de mentalidad hacia una mayor valoración del mundo natural. Pero aún falta. ¿Cuánto sabemos los chilenos sobre la naturaleza de Chile? ¿Cuánta gente confunde un sistema agrícola, como lo es una plantación forestal, con un bosque? ¿Cuánta gente pensará que la perdiz y la torcaza sólo son cazuelas voladoras? ¿Quién sabe que la tenca y el quillay sólo existen en la zona central de Chile y en ningún otro lugar del mundo? ¿Quién sabe el nombre de los árboles presentes en la plaza de la esquina? Difícilmente alguien puede estar interesado en conservar lo que no conoce.